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28 de junio de 2011

el ex futbolista.


"El sentimiento rojiblanco lo llevo dentro y eso me obliga a algo más." Caminero.


Caminero como Director Deportivo, Aguilera en el fútbol base, Vizcaíno y Baraja en el cuerpo técnico y Pantic como técnico del filial. Cinco de los seis puestos más importantes del club quedarán en la campaña 2011-12 en manos de antiguos jugadores. Cuatro de ellos nunca antes han desempeñado la función para la que se les contrata. Tras la reestructuración del club, Caminero asume más funciones que ningún otro antes en su cargo. Es el ex futbolista, reciclado en ejecutivo.

El acercamiento a la afición a través de mitos recientes es una práctica habitual en muchos clubs. Sin duda, un recurso de poco riesgo para directivos: inoculan el sentimiento de club en todos los estamentos, recuperan mitos de la afición y edulcoran la frustración a base de caras conocidas. En el Atlético se pretende, de paso, rebajar el grado de decibelios producido la campaña pasada por las plataformas antidirectiva.

Alcanzar un alto puesto directivo sin experiencia ninguna y con el apoyo popular solo tiene cabida en un ecosistema tan visceral como el fútbol. En cualquier otro campo laboral, la sospecha estaría servida. Aplicar la endogamia en lugar de meritocracia es un giro legítimo, aunque no por ello deja de suponer un doble filo. Los niños amantes de Caminero o Aguilera son ahora jóvenes que rebosan malestar ante los dueños y que verán a su antigua y respetada figura acuñar discurso a favor de sus jefes. Más allá de la curiosidad que despierta el viejo ídolo con corbata, el gesto supone la institucionalización de grandes personajes de la historia futbolística, su paso a un registro distinto al de proveedor de momentos balompédicos.

Del lado del club, la elección es comprensible. Sin embargo, cuando el empleado es escogido por su currículum en el césped y no por sus habilidades para el puesto a desempeñar, le envuelven una serie de obligaciones tácitas, unos preceptos dificilmente definibles, más presentes en el graderío que en la institución. Si la carta de presentación más válida ha sido su sentimiento, se le exigirá el respeto de los códigos anímicos de la grada, más allá de las funciones que le sean impuestas. Se debe al pagador, pero también a la masa social que legitima ese sentimiento. De lo contrario, no tendría sentido escoger a un ex antes que a un profesional cualificado.

La responsabilidad capital del ex futbolista pasa por conocer la conexión grada-césped. Se le presupone un conocimiento exhausto de las dinámicas pasionales de su hinchada, de sus particularidades más irracionales. Le sujeta una obligación añadida: palpar la realidad más allá del despacho y estar alerta a las necesidades de la masa social. Y, por tanto, tomar decisiones en ese sentido. Pese a su nuevo asiento entre los gerifantes, se le considera más cercano al bando de los aficionados que al de los dueños. Una suerte de infiltrado.

La estrategia de recuperación de ídolos pretende crear fidelización desde una propuesta anímica que no busca referentes en los nuevos tiempos, sino en los libros de historia. Mirar hacia el pasado en lugar de hacia el futuro es una estrategia revisionista que supone explotar fetiches caducos en lugar de generar nuevos.

Sería razonable, al menos, plantear si el problema de identidad del Atlético se basa en la falta de referentes sentimientales en las oficinas o, en realidad, en la falta de referentes de calidad, sin importar su procedencia. En clubs definidamente presidencialistas, como es el Atlético, las figuras intermedias terminan por ser intrascendentes. Colocar un par de jarrones a las puertas de los despachos de los jefes tendrá un efecto narcótico un tiempo, pero el efecto resorte termina siendo mayor.

A los recién llegados les ampara el beneficio de la duda y la creencia mayoritaria de que un Atlético de atléticos quizá supla eficiencia con dedicación. Pero su obligación es generar resultados, más allá del pretexto utilizado para su contratación. La cantera, los apegos o el efluvio rojiblanco valen como punto de partida, nunca como punto de llegada.

¿Se despista a la afición apostando por el fútbol besacamisetas en las oficinas? ¿Deberá Caminero explicarle a Agüero lo que significa el sentir rojiblanco? ¿Para qué, realmente? ¿Para tratar de que el jugador permanezca a pesar de que no existe un proyecto a la altura de su nivel futbolístico? ¿Para qué no se marche del Atlético por sentimiento? ¿Engrandece a un club usar argumentos afectivos? Quizá sea Agüero el que les esté explicando a ellos el verdadero estado de la cuestión atlética, el de un club que primero fue grande, luego se lo creyó sin serlo y actualmente, ni lo es ni se lo cree.

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12 de junio de 2011

el atleti que viene.


"Llega un nuevo ciclo, marcado por la vuelta del sentimiento rojiblanco." Enrique Cerezo.


La imagen ya es antigua. Se ha empaquetado con aire de nuevos tiempos, pero es una estampa redundante. Entrenadores de turno, proyectos cortoplacistas y el timón en las mismas manos. El 'profundo cambio estructural' que abanderaba la directiva se ha resuelto un mes después con pequeñas variantes circunstanciales, teñidas todas del vago discurso de 'atletizar el Atlético'.

Hace pocas fechas, Fernando Gª Macua, ex presidente del Athletic, afirmaba en su discurso de candidatura que, más allá de los valores, el estilo o la filosofía de un club, los problemas a menudo tienen que ver con la gestión en un entorno tan complejo como el fútbol. Una afirmación que se refuerza viniendo de un club edificado en torno a sus tradiciones. En el Atlético, la directiva se ha dispuesto a imponer un cambio a través de la recuperación de los referentes institucionales del pasado, más allá de la mejora de la gestión precedente.

Cerezo y Gil Marín han armado el discurso del sentimiento como catársis para el estado actual de la masa social. Creyendo descifrar que la conexión con una grada colérica pasa por poner de su lado a varios currículos atléticos de postín, la directiva ha recurrido a uno de los equipos más admirados de la historia atlética reciente, el último once que se recuerda de carrerilla. Es el efecto doblete, que regresa 15 años después.

Y el remember se ha hecho con descaro. Salvo Molina, Geli y Penev, desvinculados de la órbita atlética, el resto de integrantes de aquel once legendario ha sido objetivo de la directiva. Caminero, Vizcaíno y Pantic liderarán parcelas en la temporada 2011-12, en parte por las negativas de Toni Muñoz, Kiko y Solozábal. Simeone ha sonado para el banquillo hasta última hora, mientras Santi Denia ya abandonó el club la pasada campaña. A ellos se suma Aguilera, ausente del doblete, pero identificado en el imaginario de esa generación. La directiva gasta así todas las balas disponibles del vínculo afectivo de los aficionados con su último gran equipo, en una operación de Cerezo y Gil Marín que pretende recuperar crédito a nivel social, institucional y deportivo.

La endogamia de despacho es una costumbre arraigada en los clubs de fútbol, en busca del recurso afectivo de los grandes referentes victoriosos del pasado. Gil y Cerezo lo han usado como último recurso en los peores momentos de la historia reciente: Futre y Aragonés en el descenso o Abel tras el cese de Aguirre. Con la llegada de ex futbolistas, la directiva absorbe del lado institucional a los últimos grandes ídolos. Funciona como estrategia defensiva coyuntural más que como plan a largo plazo.

El amago de los dueños de desaparecer del primer plano pasaba por delegar en Toni Muñoz a la sombra y Kiko Narváez en los focos. Ha resultado un fracaso. El proyecto resultó poco creíble para Muñoz, la única opción con cierto recorrido profesional y, en realidad, con algo que arriesgar. El cordobés prefirió continuar en Getafe antes de embarrarse en el Atlético. A Narvaéz se le ofreció un puesto a medida para pretender unir a la afición en torno a la simpatía del gaditano. Tampoco funcionó. Además, la personalización de las funciones y la falta de un plan B -más allá de la presunta negativa de Solozábal- han sido un indicador de la debilidad de la propuesta de cambio estructural que abanderaban los dueños. Una frivolidad más que una necesidad, ya que, tras la negativa de Narváez, no habrá tal cargo.

El rechazo de Toni Muñoz y Kiko ha descafeinado la apuesta de despacho, que se concentra en Caminero como Director Deportivo. El madrileño, futbolista mayúsculo, no ha despertado lejos del césped mayor interés en su función directiva que el que impone el cariño de sus dos equipos más emblemáticos, Atlético y Valladolid, que ya le contrató en idénticas funciones entre 2005 y 2008. Carlos Suárez, presidente castellano, argumentó entonces su salida por la incapacidad para mantener 'la presión del puesto' cuando el Valladolid militaba en Segunda División. Desde entonces, ha ejercido como empresario ajeno al fútbol y se ha visto involucrado en algunos asuntos turbios. Tres años después, vuelve a las tripas del fútbol en una nave de bastante mayor calado.

Le ha bastado una semana a Caminero para dar pistas de su granítico discurso institucional y de que no alzará la voz más allá de la de sus jefes inmediatos. En clave atlética, el perfil de Caminero perpetúa el poder de decisión en los dueños, que mantendrán plenos poderes en las esferas institucionales y estratégicas. Junto a él se ha posicionado Carlos Aguilera, alejado del fútbol desde su retirada, y que coordinará las categorías inferiores del club. Otro de los promocionados del doblete, Milinko Pantic es, quizá, el único elemento del club legitimado por la afición. A su crédito futbolístico une un silencioso trabajo en la Fundación del club que le ha valido el timón del filial atlético.


El banquillo, elemento extraño.
El rechazo del proyecto Muñoz-Narvaéz trajo el de Benítez y Luis Enrique para la parcela deportiva, ya que ningunó aceptó la propuesta atlética. Entonces, entró en juego Manuel García Quilón, agente de confianza de Gil Marín al que el dueño ha recurrido siempre que le ha tocado tomar las riendas deportivas, como ha ocurrido en el impás entre la salida de Pitarch y la llegada de Caminero. Ha sido tiempo suficiente para firmar un futbolista -Gabi- y un cuerpo técnico -Gregorio Manzano y Rubén Baraja-, éstos últimos ya con el tibio aval de Caminero, que añadió a la terna un elemento más del doblete, Juan Vizcaíno, que abandona su puesto de Concejal de Deportes en su localidad natal, Pobla de Mafumet (Tarragona), para ejercer de ayudante del técnico.

Manzano llega en silencio, despertando cierta indiferencia. Un tipo con aire de académico rural, incapaz de desatar pasiones en ninguna dirección, cuya carrera merece cierto respeto pero que se aleja mucho de ser lo que el club necesita en este momento. De cara a la afición, no le avala su paso por el banquillo atlético -7º en la 2003-04-, pese a que fuera relativamente decente, ya que retrotrae a una etapa -el postascenso- que la afición solo quiere recordar como modelo de lo que se debe evitar en el futuro.

Caminero, Aguilera, Pantic, Baraja y Vizcaíno suman entre todos menos de tres años de experiencia en su puesto, los del Director Deportivo en su etapa vallisoletana. La reunión de antiguos alumnos pretende crear un efecto de contagio, algo así como recuperar el gen atlético ganador de los buenos tiempos. En principio, el sentimiento suplirá la experiencia. Claro que el epicentro de todo será Manzano, experiencia pura, el técnico en activo con más partidos en Liga (379). Un entrenador al que ni Cerezo ni Gil Marín ni Caminero ni la afición querían. Un elemento extraño entre tanto sentimiento.

Cerezo vira el foco de la genética a la profesionalización según le conviene. Mientras con Caminero y Aguilera sacaba a relucir ADN rojiblanco, con Manzano ha articulado el discurso de la veteranía como aval principal. No hay nada más allá que la pura improvisación. El equipo se presenta descabezado ante la masa social. Desde la grada, la sensación es que los dueños cada vez tienen menos prestigio. Exfutbolistas -Toni, Kiko, Solozábal-, entrenadores -Luis Enrique, Benítez- y estrellas mediáticas -Agüero, De Gea- han dado la espalda a Cerezo y Gil Marín en apenas un mes.

El retroAtleti que presenta la directiva no es sino una solución apenas superficial, apuntalada en algo tan discutible como pensar que los empleados con sentimiento generará mejores estrategias, planificaciones o resultados que los profesionales neutrales. No se vislumbra cambio mayor que el de los rótulos de los despachos. Pitarch, Amorrortu y Flores dejan su sitio a Caminero, Aguilera y Manzano sin que la afición respire sensación de renovación alguna. Endogamia y luces cortas para un ciclo que suena a bucle infinito. Pan de doblete para un circo cada vez más indignado.



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