El técnico catalán, que esperaba la presión rojiblanca para ahogar el juego interior, rebuscó en la libreta hasta hallar la receta. Estiró tanto el equipo que hizo inabarcable la presión. Entre su primer y último jugador la distancia era enorme. Con la posesión, Busquets se retrasaba hasta incrustarse entre los centrales. Si Assunçao le perseguía, desguarnecía el medio. Si no lo hacía, el Barça encontraba salida en corto. Pedro y Villa, en los extremos, dilataban el campo y se mostraban como solución en largo. Así Xavi e Iniesta ganaban espacio para pedir y tocar. Y en medio de todos, Messi, que flotó por todo el campo, con libertad, más para asociarse que para llegar.
Pocos futbolistas son capaces de dar un centenar de pases durante un encuentro en campo rival. Xavi es uno de ellos. La receta de tocar rápido y no abusar de la conducción termina por ser una bendición. Soltar la pelota con rápidez hace que regrese antes a sus pies. Debería ser una lección para algunos, especialmente Reyes, que en su versión más individualista no ayuda en nada a su equipo.
Su egoísmo es patológico. Su capacidad para entender las zonas de riesgo, limitada. No se le discuten sus cualidades, extraordinarias, si no su criterio para desplegarlas. Su reinserción futbolística de los últimos meses ha pasado por comprender que forma parte de un engranaje mayor. No hay pega al despliegue defensivo del extremo, constante en la presión y generoso en las ayudas. Increiblemente, las carencias del sevillano se muestran en sus aptitudes ofensivas. Su brújula solo le permite una dirección; y su fútbol de patio de colegio es a menudo improductivo, casi siempre innecesario. Darle el balón es terminar la jugada, para bien o para mal. No hay primer toque en su fútbol y apenas asociación. Pierde innumerables balones, en parte porque su ambición no conoce freno, y cuando desborda siempre vuelve a encarar. Así, resulta previsible y fácil de defender.
Forma parte de la extraña estirpe de los extremos, tan únicos como sobrevalorados. Acumula todas las virtudes propias del puesto, y probablemente todos sus defectos. Un futbolista así resulta esencial mientras el Atlético insista en evitar el control y apueste por las marchas largas. Es innegable que ante la ausencia del Kun todos le buscan, y el utrerano no se esconde. Pero a medio plazo, su codicia debería quedar limitada por el bien del grupo.
Porque el Kun jugó medio acto, pero como si no lo hubiera hecho. Su hambre es encomiable, pero debió entender que si no era capaz de dar un trote de diez metros, no estaba para jugar. Sin Agüero, también Forlán sacó su peor versión, perdido en el mapa táctico de Guardiola y sin acierto en los desmarques.
La posición de Iniesta, en paralelo a Xavi, hizo mucho daño al Atlético. Combinaba con extraordinaria velocidad y multiplicó los cambios de dirección, siempre con criterio. El triángulo de ambos con Messi fue demoledor. No lo utilizo en Barça para introducirse hasta la cocina por el medio, como acostumbra, sino para asegurar la posesión.
Aún así, el arranque atlético había sido voraz, metiendo todo el equipo en campo contrario para ahogar la salida rival. Aunque duró poco; a la primera que estiró el Barça, apareció el talento. Brillante conexión Xavi-Villa-Messi, que terminó con el asturiano solo antes De Gea y el balón estampado contra el palo. El rechace cayó a Pedro, ejemplo de lo que un extremo puede dar cuando deja de mirarse las botas, que asistió la entrada de Messi para el primer tanto.
No ofrecía respuesta el Atlético al ejercicio futbolístico azulgrana, pero donde no hubo fútbol, encontró oro Quique Flores, perseverante con la estrategia. Mandó buscar la frontal del área pequeña y forzar la salida de Valdés en los corners, y a la segunda acertó. Puños al cielo del guardameta, bloqueado por Domínguez, y testarazo de Raúl García. El navarro, que a su juego tosco ha incorporado una saneada salida de balón, continúa siendo una de las grandes noticias del inicio liguero.
Diego Costa, que había entrado por el maltrecho Agüero, agitó la presión y liberó a Forlán. Menos útil resultó la entrada de Tiago por García, el mejor sobre el campo hasta el recital de De Gea, y el cambio de cromos de Domínguez por Antonio López, a pesar de que el canterano estuviera amonestado. Mérida, que podía haber dado alguna solución en el arreón final, aguantó en el banco. Un disparo ajustado de Reyes fue la única señal clara de la agónica bravura atlética. En el añadido, Ujfalusi convirtió la frustración en violencia con un pisotón a Messi que mandó a ambos a la caseta, el primero expulsado y el segundo lisiado. El checo espera la sanción por lesionar a la estrella blaugrana.
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