Un remate en las alturas de Aduriz tumbó la apuesta táctica de Flores, brillante mientras aguantó la gasolina de sus chicos, tras disputar tres partidos en seis días sin apenas cambios. El duelo sobre el tablero de Quique y Emery lo partió el descanso, dando un acto a cada uno. No hay otra oportunidad para Atlético y Valencia de acosar a losdos que rozar la perfección, como indica el míster atlético, lo cual pasa por minimizar errores y sacar provecho a lo que uno y otro tienen, que no es poco.
Atinó más Emery en los relevos, dando aire al equipo con la entrada de Soldado y Pablo Hernández. Del lado atlético, la mejor señal fue de nuevo su solidez defensiva, el acoplamiento de las dos líneas intermedias y la generosidad de sus futbolistas más talentosos. Y que atrás tiene a De Gea, superlativo, el portero más atacado de la competición, que acumula actuaciones de mérito para la temporada de su consagración.
Ante la ausencia de Agüero, prefirió Quique el músculo de Costa a la sutileza de Mérida, y la apuesta le salió redonda. En el primer periodo, ahogó la salida de balón ché, poniendo en evidencia a sus centrales y recuperando en campo contrario. Mientras el Atlético tuvo gas, el Valencia no cosió tres pases seguidos. Joaquín no llegaba, Domínguez se quedó atrapado entre dos muros y Mata, desplazado en la izquierda, terminó por escapar de Perea para contactar con el balón. El colombiano dió una lección defensiva: encaró con astucia la habilidad del asturiano, se aplicó contundente ante el músculo de Mathieu, y fue al corte con velocidad por detrás de sus centrales.
Estático el Valencia en sus ataques, la única vía fueron los balones sobre la cabeza de Aduriz o para su control de espaldas, alguno peligroso, pero todos previsibles. Aguardaba agazapado el Atlético, defendiendo de cara, con relativa comodidad. Y así pegó el zarpazo. Tras un córner del Valencia, salió en estampida, liderado por Forlán, que primero aparentó templar y después bombeó hacia la carrera de Antonio López, quien cedió a Simao para que batiera a César. El portugués, que anotó su segundo tanto, los mismos que toda la liga pasada, tuvo una actuación notable; se movió con inteligencia, estuvo ágil y jugó con criterio, agradeciendo haberse aligerado este curso de partidos.
Siguió a la carrera el Atlético, dominando su área y controlando los duelos en banda, como el de Reyes con Mathieu, y con un Raúl García jerárquico y aseado. Balones a la carrera para su frente atacante y pocas dudas en el ejercicio defensivo. Superior en el tablero, pero insulso en el juego, sustituyó la combinación por cargas de caballería.
El partido se hubiera cerrado si Forlán, que dribló a César tras gran asistencia de Raúl García, hubiera arriesgado con el disparo cruzado en lugar de tratar de llevar el balón hasta la red. El uruguayo, que entendió su papel en un duelo sin brillantina, se vació por el grupo y estuvo generoso en la presión.
Para la segunda mitad, Emery tuvo más planes que Quique. Inclinó el campo con los cambios; Soldado aportó movilidad y Pablo Hernández avisó nada más salir con un misil desde fuera del área. De Gea, prodigioso, se aplicó con una gran estirada a media altura. El portero amargaría después a Soldado tras detenerle primero un latigazo lejano y después un cabezazo franco.
Tanto empujaba el Valencia que terminó por ir a morder Albelda a una esquina, de donde sacó un balón para los muelles de Aduriz, que se elevó por encima de Perea para lograr el empate. No merecía menos el Valencia, que hizo méritos porque le tocó remar en casa, no porque no comparta con el Atlético discurso granítico. De la continuidad que ambos puedan darle a su apuesta por la contundencia dependerán sus opciones de ser una alternativa real a losdos.
Atinó más Emery en los relevos, dando aire al equipo con la entrada de Soldado y Pablo Hernández. Del lado atlético, la mejor señal fue de nuevo su solidez defensiva, el acoplamiento de las dos líneas intermedias y la generosidad de sus futbolistas más talentosos. Y que atrás tiene a De Gea, superlativo, el portero más atacado de la competición, que acumula actuaciones de mérito para la temporada de su consagración.
Ante la ausencia de Agüero, prefirió Quique el músculo de Costa a la sutileza de Mérida, y la apuesta le salió redonda. En el primer periodo, ahogó la salida de balón ché, poniendo en evidencia a sus centrales y recuperando en campo contrario. Mientras el Atlético tuvo gas, el Valencia no cosió tres pases seguidos. Joaquín no llegaba, Domínguez se quedó atrapado entre dos muros y Mata, desplazado en la izquierda, terminó por escapar de Perea para contactar con el balón. El colombiano dió una lección defensiva: encaró con astucia la habilidad del asturiano, se aplicó contundente ante el músculo de Mathieu, y fue al corte con velocidad por detrás de sus centrales.
Estático el Valencia en sus ataques, la única vía fueron los balones sobre la cabeza de Aduriz o para su control de espaldas, alguno peligroso, pero todos previsibles. Aguardaba agazapado el Atlético, defendiendo de cara, con relativa comodidad. Y así pegó el zarpazo. Tras un córner del Valencia, salió en estampida, liderado por Forlán, que primero aparentó templar y después bombeó hacia la carrera de Antonio López, quien cedió a Simao para que batiera a César. El portugués, que anotó su segundo tanto, los mismos que toda la liga pasada, tuvo una actuación notable; se movió con inteligencia, estuvo ágil y jugó con criterio, agradeciendo haberse aligerado este curso de partidos.
Siguió a la carrera el Atlético, dominando su área y controlando los duelos en banda, como el de Reyes con Mathieu, y con un Raúl García jerárquico y aseado. Balones a la carrera para su frente atacante y pocas dudas en el ejercicio defensivo. Superior en el tablero, pero insulso en el juego, sustituyó la combinación por cargas de caballería.
El partido se hubiera cerrado si Forlán, que dribló a César tras gran asistencia de Raúl García, hubiera arriesgado con el disparo cruzado en lugar de tratar de llevar el balón hasta la red. El uruguayo, que entendió su papel en un duelo sin brillantina, se vació por el grupo y estuvo generoso en la presión.
Para la segunda mitad, Emery tuvo más planes que Quique. Inclinó el campo con los cambios; Soldado aportó movilidad y Pablo Hernández avisó nada más salir con un misil desde fuera del área. De Gea, prodigioso, se aplicó con una gran estirada a media altura. El portero amargaría después a Soldado tras detenerle primero un latigazo lejano y después un cabezazo franco.
Tanto empujaba el Valencia que terminó por ir a morder Albelda a una esquina, de donde sacó un balón para los muelles de Aduriz, que se elevó por encima de Perea para lograr el empate. No merecía menos el Valencia, que hizo méritos porque le tocó remar en casa, no porque no comparta con el Atlético discurso granítico. De la continuidad que ambos puedan darle a su apuesta por la contundencia dependerán sus opciones de ser una alternativa real a losdos.
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