Dos zarpazos delirantes del Kun terminaron con el fuego que amenazaba incendio en el Calderón y ventilaron de un chispazo la visita del Deportivo, menos incómoda de lo que aparentó en un principio. El argentino anotó dos tantos, sufrió un penalti y provocó tres amarillas en tan solo media hora. Así es Agüero, la única explicación contemporánea por la que el Atlético se cree de nuevo grande. Una señal mayúscula en tiempos de duda, un remolino capaz de generar euforia en la estepa. El argentino ha dado un paso adelante, parcheando a Forlán y mostrándose más determinante que nunca, y acumula ya 13 tantos en 17 encuentros -hizo 20 en 54 partidos la temporada pasada-.
Probablemente algunos sectores de la grada no lo sientan, pero Agüero se sitúa ya un escalón por encima de Torres, futbolista genial al que le avaló ser canterano pero que nunca pudo sacar al Atlético del agüjero. Desde Futre no tenía el Atlético un futbolista tan capaz de convertir una banda en un equipo ganador. El Kun es más que un futbolista en el Manzanares, es un líder silencioso, representa la ambición real, la bandera de los nuevos tiempos. Hoy por hoy, Agüero es el Atleti.
Cuando más falta hacía, tras caer derrotados Villarreal y Sevilla, apareció el Atlético de antes de la crisis. Calmado detrás y vertiginoso delante. Volvió Domínguez, aportando serenidad a una zaga que con Godín se había vuelto demasiado impulsiva. No sufrió De Gea, el portero que más paradas realiza del campeonato, que no detuvo ni una frente al Depor. También Suárez, más acelerado de lo que el equipo necesita, dejó su puesto a la pareja Tiago-García, que controló sin problemas el colapso blanquiazul por el centro.
Probablemente algunos sectores de la grada no lo sientan, pero Agüero se sitúa ya un escalón por encima de Torres, futbolista genial al que le avaló ser canterano pero que nunca pudo sacar al Atlético del agüjero. Desde Futre no tenía el Atlético un futbolista tan capaz de convertir una banda en un equipo ganador. El Kun es más que un futbolista en el Manzanares, es un líder silencioso, representa la ambición real, la bandera de los nuevos tiempos. Hoy por hoy, Agüero es el Atleti.
Cuando más falta hacía, tras caer derrotados Villarreal y Sevilla, apareció el Atlético de antes de la crisis. Calmado detrás y vertiginoso delante. Volvió Domínguez, aportando serenidad a una zaga que con Godín se había vuelto demasiado impulsiva. No sufrió De Gea, el portero que más paradas realiza del campeonato, que no detuvo ni una frente al Depor. También Suárez, más acelerado de lo que el equipo necesita, dejó su puesto a la pareja Tiago-García, que controló sin problemas el colapso blanquiazul por el centro.
El castillo de Lotina, con el antidiluviano dibujo que le salvó varias veces de la guillotina, se le vino abajo en cuanto el Kun pisó el acelerador. Y fue muy pronto. Primero, Aranzubia palmeó la bota del argentino en el área cuando ya le había superado. El guardameta, especialista en penas máximas, adivinó el lanzamiento de Forlán, al que después volvería a amargar al mandar a la madera un libre directo fantástico del uruguayo. Poco le importó todo eso al Kun, porque en la segunda que recibió, pegado al linier, quemó rueda dejando a Seoane en ropas menores y cruzó ante Aranzubia. La misma que hizo en Bilbao.
Le quedaba otra bala al argentino y la gastó temprano. Nuevamente desde la derecha, donde encontró un filón, combinó con Raúl García, y se plantó ante Aranzubia. Entonces salió Romario, porque el Kun detuvo el tiempo, bajó los brazos y aguantó hasta el último instante, cuando Aranzubia ya se había desplomado, para tocar sin oposición. Un gol al alcance de unos pocos.
Tras media hora mágica, Agüero se aletargó y el partido echó a dormir. No hubo razón para esperar nada más. Reyes por un lado y Filipe por el otro desmontaban la defensa de cinco gallega, que Lotina corrigió al descanso, con idéntico resultado. Tiago funcionó como bisagra, dando alegría a la línea de tres cuartos atlética, demasiado falta de un regista que airee los últimos tramos del encuentro. Puede serlo Mérida, que tuvo un cuarto de hora espléndido, saliendo del banquillo junto a Diego Costa y el propio Suárez, trío habitual de los relevos rojiblancos, a menudo testimoniales.
En el último instante, Agüero abrió un ojo entre bostezos y se bastó para encontrar un pase milimétrico de Simao, recortar a Aranzubia y fallar a puerta vacía. Al argentino el mosqueo le duró hasta después de la ducha. Enorme noticia para el Atlético.
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