Ubica la tabla a los castellonenses donde merecen. Porque no hay un equipo en su estrato con una apuesta tan firme por la elegancia del grupo. Entiende el fútbol el conjunto de Garrido desde el concierto colectivo, la combinación y la movilidad constante. Un bastión del trato exquisito del balón en tiempos de crisis del Barça de Guardiola. Para enseñar en las escuelas de fútbol. Pide-toca-vete y vuelta a empezar.
No ayudaron los errores arbitrales, con un par de caídas francas en el área local, pero no debería lo tangente opacar el fútbol, por mucho que alguna decisión hubiera dibujado otro partido. Porque el Villarreal es una fiesta. Comenzando por la sencillez de Bruno, continuando con Cazorla, un futbolista que sería universal en un club más grande, y apuntalado con la electricidad de Nilmar y la clase de Rossi. Un vendaval.
Y no hizo mal partido el Atlético, que presionó, estuvo decidido y recuperó a Agüero para guiar una propuesta valiente. Campo abierto, bandas anchas y constante velocidad. Pero pronto rompieron los amarillos las buenas intenciones atléticas. Birló Nilmar un balón al mediocampo rojiblanco, cabalgó hasta obligar el retroceso de la defensa hasta su área y metió un balón interior para la incursión de Cani, que no falló. Los Villarreal-Atleti son los nuevos Barça-Atleti. Intenso, rápido, con ataques fulgurantes y primer toque de galería. Fútbol de entreno sin aparición de guardametas.
Bajó el ritmo el Villarreal al descanso, con Matilla en lugar de Senna, y volvió a atrapar en su compás al Atlético, toda la noche a remolque. De nuevo golpeó el Villarreal al inicio, en un jugada deliciosa, interminable, que arrancó en su lateral diestro y terminó en la otra arista, con Rossi burlando a Godín primero y a Perea y Ujfalusi después. Velocidad, precisión, cambio de ritmo, pase interior, habilidad y gol. Todo el abanico de virtudes amarillas en apenas un instante.
Con Simao arremetíendo sin resultado y la vuelta del peor Reyes -debió batir su record de balones perdidos, 17-, el Atlético era Agüero. Estuvo fino en su vuelta el argentino, que se movió con mayor libertad por detrás de un estático Costa, aunque no logró ser determinante. En la medular, Raúl García se hartó a robar balones y a perderlos, y Tiago, que sustituyó a Assunçao, no encontró socios para su faena. Había entrado también Forlán, más chispado que en últimas citas, pero la mejoría del equipo resultó insuficiente.
Un solo punto de los rojiblancos en los campos más decisivos de su Liga -Valencia, Sevilla y Villarreal-, triste bagaje para despertar esperanza en sus posibilidades de establecerse en el podio nacional. Deberá remar ahora con un calendario aparentemente más llano y donde sus rivales directos deberán pasar por el Calderón.
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