Llevaba el Calderón una hora de tostón futbolístico, solo aderezada por el tanto local, cuando empezó a gastar silbido la grada. Reaccionó con rapidez Quique, que tantas veces hace de los relevos un trámite. Miró a la banda y encargó llamar al chico que lleva el 10. Instantes después, Reyes, iluminado en tiempos de epidemia, encaró la frontal rival entre una nubarrón de postes. Los de negro, pivotando, los rojiblancos, mirando. Menos uno. Ese chico que lleva el 10 se agitó con un chispazo, burló al supuesto marcador y el balón acabó en la red. Era Agüero y el primer balón que tocaba en un mes.
No hay misterio, Kun es el Atlético. No hay un futbolista que enchufe más al resto, que encienda así a la grada. El bloque se maneja con acierto, pragmático, pero donde el resto es todo prudencia, Agüero pone el acento. Atisba su míster un año bisagra, que debe confirmarle en el olimpo; y sin duda, su reaparición ha sido balsámica, un aire de descaro que apuntala el granito de Quique.
Porque hasta la salida de Agüero, el Atlético dió pereza. El equipo sigue vago, sesteando. Se llevó el marcador porque la diferencia entre ambos equipos es notable, no por exceso de méritos. En la primera mitad, el hit fue un cabezazo. Persiguió con fe Reyes un balón hasta la la cal, donde alzó la cabeza en vez de embestir la banda y templó con seda un balón que percutió Godín con superioridad entre los bigardos nórdicos. El uruguayo, que volvía tras tres semanas de baja, ha asumido galones con insólita rapidez. Lidera porque se le oye, porque decide cuando sale y cuando se queda, porque conoce los defectos del compañero y los tapa. Si un balón rival llueve en el área, apuesten a que la cabeza que se verá es la de Godín.
El campeón noruego, venido a menos para los duelos continentales, tuvo su momento cuando Moldskred burló a Perea y Godín para estrellar el balón en el poste de Joel, sustituto del malherido De Gea. El novel guardameta, que debutó en competición europea, apenas sintió el riesgo, pero mostró aplomo cuando se le requirió para gobernar el área. Notable proyecto de portero, que el Atlético deberá gestionar cuando la recuperación de Asenjo tense la situación en la portería.
Con Agüero ya en el campo, que sustituyó a un ruinoso Forlán -octavo encuentro sin marcar-, el Atlético pasó un buen rato. Reyes encontró un socio y Diego Costa se apuntó a la fiesta. De una combinación de billar de los tres, la mejor jugada del año, llegó el tercero. Arribó Reyes por la derecha como una manada, cruzó a la carrera de Costa, que embutió la pared con el Kun para cabecear mansamente a la red noruega.
El brasileño está resultando un recurso altamente provechoso. Peón ofensivo en racha anotadora -cuarto gol en cinco encuentros-, no tiene fondo para la presión. Abusa el equipo de su recurso como parapeto, porque su gama ofensiva es mayor: tiene potencia, arrancada y regate, y a menudo busca el desmarque al espacio. Costa parece el chico feo y majo del grupo, pero se está ganando convertirse en una seria alternativa a la fatiga de Forlán.
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La otra noticia fue el partido de Reyes. A su desquiciante y atropellado juego vertical parece haber incorporado nuevo repertorio. Ahora sabe escuchar, levanta la cabeza y sirve su talento al grupo. Se ha valido de la ausencia de los tótems atléticos para hacer de la vanguardia su terreno. Se mueve con soltura, con más pausa y menos electricidad. Aparece por el centro, auxilia a Tiago, combina y llega mejor. Gobernó ante el Getafe y repitió contra el Rosenborg, señal de que su cambio de registro pudiera tener continuidad.
Cumplió el equipo porque otra cosa le hubiera puesto complicada la clasificación, pero el discurso contenido del entrenador puede no servirle en citas donde la exigencia será mayor, como las que le están por llegar. 4 puntos de 9 en un grupo europeo donde tampoco el Bayer venció en Chipre, y donde ahora aguardan las engorrosas salidas invernales a Noruega y Alemania.
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